El cordón de seguridad que José Luis Rodríguez Zapatero tejió alrededor del PP, cuando accedió al poder, para aislarlo políticamente ha terminado por asfixiarlo a él mismo.
Curiosamente, uno de los principales motivos ante este rechazo colectivo ha sido la aprobación de la reforma Constitucional de espaldas a sus tradicionales aliados políticos, que paradójicamente, no han tenido la importancia del Partido Popular en la toma de decisiones de dicha propuesta.
ERC, BNG, IC-V o Nafarroa Bai, socios parlamentarios habituales del PSOE durante la primera legislatura y también de la segunda, abandonaron su presencia del hemiciclo para expresar su contrariedad.
También PNV, CiU e IU, que en muchas ocasiones tuvieron que facilitar su apoyo para la aprobación de medidas a las que el PP se oponía de pleno, ni siquiera votaron, incluidos, cuatro diputados de su propio partido, que también le dieron la espalda respecto a la aprobación de esta reforma.
Perdido además el apoyo, hasta hace poco mayoritario de la calle, de la izquierda política, de los nacionalistas regionales, de los sindicatos (extremadamente críticos con la reforma constitucional) y de la gran mayoría de su propio partido, a Zapatero se le han esfumado todas las posibilidades de tener una despedida de La Moncloa, cuanto menos digna y recordable.