Los gatos, como buenos felinos que son y al igual que sus parientes salvajes, vivieron en libertad, sin ningún tipo de obligaciones ni ataduras, siendo totalmente autosuficientes para su propia supervivencia. Esta predisposición genética, procedente de miles de años atrás, es la que le proporciona al gato esa independencia de forma innata, ya que un gato disfruta haciendo lo que quiere en cada momento, y a menos que se le adiestre, este comportamiento no cambiará.
A diferencia de lo que sucede con los perros, los cuales, necesitan de una estructura familiar para sobrevivir, los gatos no precisan de la ayuda de su amo para superar cualquier obstáculo, ya que el gato siempre se las arreglará para superarlo por su cuenta.
Los perros necesitan de sus amos para ser alimentados, pero los gatos, si no disponen de comida, se las arreglarán de algún modo para buscarla.
Así pues, a lo largo de los años, el comportamiento de los gatos se ha adaptado a la domesticación, pero siempre han mantenido su personalidad de felinos. Los gatos aceptan la compañía y caricias de los humanos, dejando que éstos disfruten de su compañía, siempre y cuando ellos quieran, evitando en cualquier caso la sobreprotección.
Por estas razones, la mayoría de la gente piensa que los gatos son unos animales egoístas y desarraigados, ya que en ocasiones rehuyen de las caricias y pasan la mayor parte del tiempo solos, mostrándose sólo a la hora de comer, no obstante, estas características, son las que los hacen únicos y distintos al resto de mascotas.
Si se desea tener como compañero a un gato, es necesario entender su psicología, y por supuesto, comprenderla, asumirla y respetarla, aunque siempre con matices, ya que nunca hay que olvidar, que deben ser ellos, los que se adapten a nuestras necesidades.