El embarazo normal de las gatas tiene una duración aproximada de entre 63 y 69 días, momento en que se produce el parto. Sin embargo, en determinadas ocasiones, sobre todo en la raza birmana, siamés y balinés, las hembras tienen la capacidad de retrasar o adelantar la llegada de los cachorros un par de días, por distintos motivos, como por ejemplo, el factor ambiental o la disponibilidad de comida.
Durante esta época, las futuras madres han de recibir cuidados especiales en lo que se refiere al trato cotidiano, y también, como es lógico, respecto a la dieta alimenticia, ya que es necesario proporcionarle un alimento “Premium”, enriquecido con vitaminas y minerales.
Unos días antes de la llegada de los gatitos, es necesario preparar un cajón amplio cuyas paredes tengan una altura no superior a 15 cm, y decorado con algunas tiras de papel de periódico sobre un fondo de trapos limpios, situándolo en un rincón tranquilo y recogido, aislado del frío y las corrientes de aire.
El parto y la lactancia
Por norma general, todas las razas de gatas son totalmente autosuficientes durante el embarazo, incluso primerizas, las cuales, son capaces de limpiar a sus pequeños, lamiéndolos a todos durante los primeros días.
Los cachorros nacen con los ojos cerrados, por lo tanto, habrá que esperar, como mínimo, 14 días para que vayan abriéndolos, sin embargo, eso no les impedirá mamar con intensidad y entusiasmo, y dormir durante la mayor parte del día.
En este sentido, es habitual que la gatas madres, incluso muy cariñosas, se muestren feroces y recelosas con sus amos los primeros días después del parto y mientras estén con la lactancia, evitando que se aproximen a los recién nacidos.
De este modo, nunca se deberá intentar aproximarse a los cachorros contra la voluntad de la madre, por lo que será necesario limitarse a observar cuidadosamente a los pequeños cuando la gata abandone el cajón para comer, beber o evacuar, y esperar a que sea ella la que decida que sus pequeños no corren peligro y pueda acercarse la gente.