La Acacia (Acacia sp.) es una árbol con enormes propiedades medicinales del que existen más de 600 especies distintas (blanca, espinosa, falsa, robinia, etc.). Puede alcanzar los 30 m de altura, y vivir más de 300 años.
De la Acacia, únicamente deben consumirse las flores y las hojas para beneficiarse de sus propiedades medicinales y terapéuticas, ya que tanto las semillas como la corteza resultan tóxicas o perjudiciales para el organismo.
Veamos a continuación qué beneficios proporcionan las flores y las hojas de la Acacia:
– Alivian las irritaciones de gargantas, evitando además la aparición de espasmos esofágicos.
– Reducen los efectos de la bronquitis, y ayudan a tratar catarros y gripes, en lo que respecta al exceso de mucosa, irritación y dolor muscular.
– Resultan efectivas como complemento en el tratamiento de afecciones hepáticas.
– Suavizan los dolores musculares generalizados.
– Protegen las mucosas del esófago y el estómago del exceso de ácido, promoviendo el vaciamiento de la bilis, lo que en la práctica mejora el tracto digestivo, evitando las digestiones pesadas, los trastornos de la vesícula biliar, la esofagitis y la úlcera gastroduodenal.
Consumo de la Acacia
Principalmente, la Acacia se debe consumir en forma de infusión, tanto bebiéndola como aplicándola en las zonas sobre las que se desea que haga efecto.
Respecto a las flores, éstas se emplean también para la elaboración de jarabes, vinos, tónicos, pomadas perfumadas y aceites.
Veamos ahora cómo preparar una infusión de Acacia para su posterior consumo:
Antes de nada, conviene mencionar que, como mínimo, se necesitan 20 g de flores de Acacia por L de agua.
Primeramente, pondremos a hervir el agua, y cuando alcance la temperatura adecuada, añadiremos las flores de Acacia, dejándolo todo hirviendo durante unos 5 minutos más.
Transcurrido ese tiempo, retiraremos la mezcla del calor, y la dejaremos reposar para que las flores de Acacia se disuelvan por completo en el agua.
Ahora, deberemos colar e ingerir una taza de infusión de Acacia después de cada comida, aprovechando el último trago para hacer gárgaras, y así aprovecharnos de su aplicación en la garganta y el esófago.