Nada parece poder detener a este Barça de leyenda, el Barça de Messi y Guardiola, rey de reyes entre los elegidos, un Dios Olímpico luchando frente a Titanes insaciables de su gloria, lucha contra el tiempo y contra sí mismo, porque busca lograr algo más que estadísticas clasificatorias, el objetivo es alcanzar la inmortalidad de este juego corrompida ya por el negocio, nunca antes importó tanto el cómo.
El mejor FC Barcelona de la historia sigue siendo un equipo cualitativamente virtuoso, superando ya a muchos equipos de época y a punto de superar a los otros, quizás, aquellos equipos si entendían el fútbol como un espectáculo, por ello incluso varias décadas después, siguen vivos en el imaginario colectivo, ya que tan importante es ganar como la manera de ganar, pese a que muchos, banagloriados por triunfos míticos, olvidan con cierta rapidez que una vez fueron ellos los referentes de esta cosa que llamamos fútbol.
Pero más allá de esa maravillosa generación de futbolistas se esconde un genio, una institución para club un que representa y ama por encima de sus propios intereses, el recogepelotas que levantó el primer gran éxito europeo para un club que vivía entre la impotencia y la crisis nerviosa, y que cómo técnico ha elevado a referencia mundial un equipo que dos meses antes de su llegada, había quedado a 18 puntos de un Real Madrid que 365 días después quedaría retratado en aquel inolvidable 2-6 del Bernabéu.
Este técnico, al que acusan de falsa modestia, que “mea colonia”, que provoca, que insulta, que tenía el equipo hecho, que sólo sabe ganar en el Barça (no todo el mundo ha sido capaz), ha dado una nueva lección de “seny” y civismo futbolístico a la “yihad antiguardiolista”, cuando durante la disputa de la Supercopa de Europa frente al Oporto, mandó cesar en sus cánticos a sus propios seguidores, cuyas letras recordaban a su máximo rival y al técnico del mismo, ya que él sí que sabe dónde está entrenando y sabe que las formas son importantes y que en estos tiempos de gloria, celebrar el triunfo de un modelo es mucho más importante que regodearse en el rival, porque el señorío, al igual que la pelota, se tiene o no se tiene.