Una de las tareas fundamentales de cualquier padre es la de establecer reglas claras de conducta, límites que ayuden a los niños a saber guiarse por la vida, diferenciando lo que está bien de lo que está mal, dentro de lo cual, el concepto de “no” debe estar muy presente a lo largo de su aprendizaje.
Para ejemplificar esto, imaginaremos un triángulo de responsabilidades, en cuya base hay poca libertad, escasas elecciones posibles y una reducida responsabilidad, no obstante, a medida que se van escalando pisos, existe cada vez más libertad, más elecciones y más responsabilidad. Esta figura imaginaria es equivalente a cómo ha de ser la educación de un hijo.
De este modo, si desde un principio, los padres no son capaces de establecer restricciones a las libertades de su hijo, como por ejemplo, no sabiendo decir “no”, a medida que el niño vaya creciendo querrá ir exigiendo mayor libertad de sus límites, los cuales, serán ya de tal dimensión, que resultará prácticamente imposible que sus progenitores sean capaces de hacer que asuma sus órdenes.
Estos niños se convertirán en personas con escasa tolerancia a la frustración y al hecho de no obtener lo que ellos deseen cuando lo deseen, mostrando una actitud anti-social y desafiante con el resto de miembros de su sociedad.
Por lo tanto, es fundamental que los padres vayan estableciendo determinados límites, en función de la edad de su hijo, los cuales, deberán ir evolucionando a medida que éste vaya creciendo, es decir, los límites deberán ser firmes pero flexibles, y el hecho de decir “no” deberá ser acompañado de una justificación, en el momento en el que el niño sea capaz de comprenderlo.
A este respecto, y como sucede en la mayoría de los ámbitos de la vida, el término medio es lo más recomendable, es decir, no se debe ser ni muy autoritario, negando por sistema cualquier petición o exigencia del niño, o bien, ni muy permisivo, dando a entender al niño que cualquier cosa que se le ocurra estará permitida o que no tendrá sus correspondientes consecuencias.
En cuanto a la forma de establecer esos límites, dependerá, una vez que el niño tenga una cierta edad, de la personalidad y el carácter del mismo, es decir, por bien que quede decir que a dos hermanos se les debe tratar por igual, esa afirmación es totalmente absurda, ya que dependiendo del carácter de cada uno, los límites deberán ser similares aunque no iguales, y la forma de establecerlos deberá también presentar sus matices.